Divulgación científica | Transferencia conocimiento
Entrevista a la Dra Esther Gallardo en el “Día Internacional de la Mujer en la Ciencia”
La Dra Esther Gallardo es líder de grupo del Instituto de Investigación Sanitaria Hospital 12 de Octubre, i+12 de Madrid, uno de los cuatro grupos que participan en el proyecto “Desarrollo de nuevas estrategias de terapia génica para tratar enfermedades mitocondriales“, que promueve la Fundación MENCÍA.
P: ¿Cómo surge su vocación investigadora?
R. Es algo muy curioso, porque cuando terminé mi licenciatura en Ciencias Químicas con especialidad en Bioquímica, lo único que tenía claro es que no quería hacer la tesis doctoral y que nunca trabajaría en un hospital. Decidí, por ello, especializarme realizando un Máster en Biotecnología de dos años que se cursaba en la Universidad Complutense de Madrid. Durante el segundo año de este Máster, teníamos que realizar un proyecto de investigación que llevé a cabo entre el Departamento de Ingeniería Química de la Facultad de Ciencias Químicas de la UCM y el Departamento de Microbiología del Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC, que en aquel momento se ubicaba en la calle Velázquez. Fue durante la realización de este proyecto de investigación cuando me di cuenta de que lo que quería, a pesar de que todo el mundo me decía que era muy complicado, y más para una mujer, era ser investigadora y poder llegar a tener algún día mi propio grupo de investigación. Por este motivo, decidí, finalmente, hacer la tesis doctoral y acabé investigando donde había dicho con anterioridad que no trabajaría nunca, en un hospital: la Fundación Jiménez Díaz de Madrid.
P: ¿En qué momento nace su interés por la investigación de las enfermedades raras?
R. Fue durante la tesis doctoral cuando realmente comencé a interesarme por las enfermedades raras. Una de las líneas de investigación que estábamos llevando a cabo en ese momento en el laboratorio estaba centrada en la identificación del gen causante de la enfermedad de Lafora, una forma de epilepsia de inicio en la infancia tardía o en la adolescencia y de curso progresivo y fatal. Desafortunadamente, esta enfermedad no tiene tratamiento. Durante esa etapa conocí a una familia que había tenido la desgracia de tener dos hijos con esta enfermedad. Uno de ellos había fallecido por esta enfermedad tan devastadora y el otro pude ver cómo se iba deteriorando pasando de ser un deportista de élite a estar en una silla de ruedas en un estado casi inmóvil. Recuerdo que le compramos un regalo y tuvimos que abrírselo nosotros porque él quería intentarlo pero apenas podía levantar los brazos. Esto me dejó tan impresionada, recuerdo que apenas pude cenar porque no podía dejar de pensar en que ese chico iba a morirse en muy poco tiempo y que yo no iba a poder hacer nada para impedirlo; así fue, a los pocos meses falleció. Unos meses más tarde conseguimos identificar el primero de los dos genes que producen la enfermedad de Lafora. Fue en ese momento cuando tuve claro que lo que yo quería hacer era enfocar todos mis esfuerzos en la investigación en enfermedades raras de origen genético, aun siendo consciente de que iba a ser un trabajo más arduo y mucho menos visible, ya que es bien sabido que se financia mejor la investigación en enfermedades frecuentes, que son mucho más conocidas por el conjunto de la sociedad.
P: ¿Cuál es su situación profesional actual?
R. Después de luchar muchísimo durante años y de pasar por muchas etapas en las que debo confesar que, en numerosas ocasiones, he estado tentada de tirar la toalla, al final he logrado tener mi propio grupo de investigación en el Instituto de Investigación Sanitaria Hospital 12 de Octubre, i+12 de Madrid: el Grupo de Investigación Traslacional con Células iPS.
P: ¿Cuál es la línea de investigación de su grupo y qué espera poder conseguir con ella?
R. El interés de mi grupo se centra en la generación de células madre pluripotentes inducidas o células iPS a partir de células somáticas de pacientes con enfermedades raras. En nuestro caso, trabajamos con pacientes con la enfermedad de McArdle y pacientes con enfermedades mitocondriales.
Lo que hacemos es partir de células adultas de estos pacientes (p. ej. fibroblastos obtenidos de una biopsia de piel o células mononucleares de sangre periférica) y volverlas hacia atrás en el destino (“rejuvenecerlas”) convirtiéndolas en células pluripotentes, lo que significa que, potencialmente, es posible obtener a partir de ellas cualquier tipo celular presente en el organismo. En este sentido las células iPS serían similares a las células madre embrionarias pero, al no ser embrionarias, por ser obtenidas in vitro, no tendrían los inconvenientes éticos y legales asociados al uso de las embrionarias, lo cual es una enorme ventaja. También se podrían producir en mayor cantidad y, a la carta, para cada paciente.
Estas células iPS las utilizamos para generar modelos humanos de enfermedad en el tipo celular diana afectado en la patología que estamos estudiando. Por ejemplo, cuando estudiamos una enfermedad mitocondrial, como la atrofia óptica dominante, que puede producir ceguera legal como consecuencia de una degeneración de las células ganglionares de la retina (RGCs), conseguir RGCs directamente de los pacientes para estudiar lo qué está sucediendo no es factible salvo en tejido post-mortem. Por ello lo que hacemos es generar estas RGCs in vitro por diferenciación dirigida de células iPS. Estos modelos al ser obtenidos a partir de células del propio paciente tienen muchas ventajas entre las que se incluyen: 1) menos problemas de rechazo inmunológico en posibles tratamientos de terapia celular; 2) podrían ser utilizados como plataforma para probar librerías de fármacos o compuestos con potencial actividad farmacológica de una forma paciente-específica y 3) serían una herramienta perfecta para mejorar el diagnóstico molecular de estos pacientes al poderse utilizar como plataforma para estudiar la patogenicidad de aquellas variantes de significado clínico incierto que son identificadas en el diagnóstico de rutina de los pacientes.
P: En la actualidad lidera uno de los cuatro grupos del consorcio multicéntrico que llevará a cabo el proyecto: Desarrollo de una estrategia de terapia génica para la deficiencia combinada de la fosforilación oxidativa tipo 1 debido a mutaciones en GFM1”, uno de los proyectos que promueve la Fundación Mencía. ¿Cuál espera que sea la contribución de este proyecto?
R. Los resultados que se obtengan de este proyecto pueden sentar las bases que conducirán a la validación de una terapia segura y eficiente no solo para el tratamiento de esta enfermedad sino también para el desarrollo de terapias para otras enfermedades raras congénitas con características similares.
P. En base a su experiencia personal , ¿animaría a otras mujeres a que fueran científicas?
R. Creo que mi caso es un claro ejemplo vocacional y por eso solo puedo dar una respuesta y es un sí. Nadie mejor que yo misma sabe que optar por trabajar como científico no es nada fácil y en España, desgraciadamente, muchísimo menos. Implica no poder desconectar nunca, ser evaluado continuamente, tener que pedir financiación a numerosas entidades para que al final solo te financien en alguna de ellas, formar personal especializado sabiendo que no se van a poder quedar contigo, trabajar con muchos menos recursos de los que realmente son necesarios para conseguir lo que tú quieres, etc. Aun así, creo que poder trabajar en algo que realmente te gusta, que te permite aprender cada día algo nuevo, que tiene como recompensa final poder mejorar el conocimiento de las enfermedades y, lo más mportante, poder curarlas, no tiene precio. Por este motivo, yo sí me atrevo a animar a las mujeres a que sean científicas porque al final se consigue lo que se quiere si uno lucha por ello. Como dato anecdótico y teniendo en cuenta que hoy es el “Día de la mujer y la niña en la Ciencia” me gustaría resaltar que, aunque yo siempre he estado en grupos liderados por hombres, he conseguido tener mi propio grupo que, sin que yo lo haya buscado, ha estado formado siempre mayoritariamente por mujeres.