Hacia una cura para el joven que envejece a cámara rápida

Divulgación científica | Transferencia conocimiento

Hacia una cura para el joven que envejece a cámara rápida

Un científico de 23 años participa en el descubrimiento de una terapia experimental para su propia enfermedad, que suele matar a los afectados en la adolescencia

Los bioquímicos Carlos López Otín y Sammy Basso, en la Universidad de Oviedo. En vídeo, Basso durante una charla Ted en 2016. TEDxLecce / EPV

La vida de Sammy Basso comenzó como la de casi cualquier otra persona. Nació en una fría mañana de invierno, el 1 de diciembre de 1995, en Schio, una pequeña ciudad del norte de Italia. Era un hermoso bebé de 2.700 gramos, “un tierno cuerpecito para abrazar y mecer en tus brazos”, según recuerdan sus padres. Sin embargo, a los seis meses algo se empezó a torcer. Su crecimiento, misteriosamente, se frenó de golpe. Y, con apenas dos años de vida, llegó el diagnóstico: Sammy sufría el síndrome de progeria de Hutchinson-Gilford, un trastorno genético extremadamente raro que hacía que el niño envejeciera a cámara rápida. No había cura. Lo normal, dijeron los médicos, es que Sammy muriera antes de cumplir 13 años.

Pero Sammy sigue vivo. De niño, conoció a uno de los principales expertos del mundo en envejecimiento, el español Carlos López Otín, y decidió seguir sus pasos para investigar su propia enfermedad. A sus 23 años, Basso se acaba de licenciar en Biología en la Universidad de Padua y hoy publica junto al equipo de López Otín los resultados de un tratamiento experimental que ha logrado aumentar un 25% la longevidad de ratones afectados por el síndrome. “No sé si me ayudará a mí, pero por primera vez puedo creer que, en el futuro, los niños con progeria podrán vivir una vida normal”, explica Basso desde un hospital italiano, donde acaba de superar una operación a vida o muerte para sustituirle una válvula del corazón dañada por la enfermedad. “Estoy muy feliz”, celebra.

El síndrome de Basso está causado por una simple mutación en el gen LMNA, uno de los 20.000 que forman el manual de instrucciones presente en cada célula humana. La mutación desencadena la acumulación de una proteína tóxica en el núcleo celular y esto provoca el envejecimiento prematuro. Los niños afectados —156 en todo el mundo— tienen un aspecto característico que Basso se toma con un sentido del humor salvaje, posando en su cuenta de Instagram como si fuera un extraterrestre esperando su nave espacial.

La solución al problema de Basso es hoy imposible: habría que meterse en todas sus células para intentar corregir su ADN una por una. Pero eso es lo que ha intentado el equipo de López Otín con los ratones. Los investigadores han utilizado la revolucionaria técnica CRISPR, una especie de tijeras moleculares que sirven para editar el ADN de cualquier organismo con una facilidad sin precedentes. Mediante virus inyectados en crías de ratones con progeria, los científicos han introducido estas herramientas CRISPR diseñadas para reconocer el gen LMNA y modificarlo para evitar la producción de la proteína tóxica. En el hígado, el órgano con mayor éxito, la estrategia ha servido para modificar el 14% de todas sus células. Y los roedores viven un 25% más, según los resultados publicados este lunes en la revista especializada Nature Medicine.

Carlos López Otín y Sammy Basso, el día de su graduación en Biología.

“Lo positivo de todo esto es que la corrección de un porcentaje relativamente bajo de células ya proporciona mejorías apreciables, de modo que quizás no sea necesario llegar al 100% de las células para corregir la enfermedad”, reflexiona la bióloga molecular Olaya Santiago, del grupo de López Otín en la Universidad de Oviedo. La técnica ya se empleó en 2016 para revertir en ratones una distrofia muscular causada por defectos en un solo gen, pero “esta es la primera vez que se utiliza el sistema CRISPR en una patología que afecta a muchos tejidos diferentes, como es el envejecimiento acelerado”, según destaca Santiago. Para López Otín, es “la culminación de un proceso intelectual e ideológico”.

“Dado que la progeria es una enfermedad devastadora y que no hay otras terapias disponibles, no creemos que se necesite mucho tiempo para comenzar ensayos clínicos en humanos. Como con cualquier técnica, siempre habrá algunas preocupaciones sobre su seguridad, pero en este caso el resultado positivo es mucho mayor que los pequeños efectos negativos”, señala el bioquímico español Juan Carlos Izpisúa, cuyo equipo en el Instituto Salk de California ha logrado resultados similares a los de López Otín en un estudio independiente publicado también en Nature Medicine.

El químico Marc Güell, ajeno a los dos nuevos estudios, asistió al nacimiento de la técnica CRISPR en la Universidad de Harvard. Güell, hoy en la Pompeu Fabra de Barcelona, cree que las dos investigaciones son “fantásticas” y suponen la primera demostración de que el CRISPR puede funcionar de manera multiorgánica. “La idea parece escalable a humanos. Ahora bien, tendrán que valorar si este 25% [de aumento de la longevidad de los ratones] es significativo a nivel médico, ya que a veces las extensiones de longevidad no escalan bien a humanos”, opina.

El genetista Lluís Montoliu, del Centro Nacional de Biotecnología, aplaude el nuevo trabajo, pero es cauteloso. Cree que el salto del ratón a la clínica está todavía lejos. La herramienta, advierte, no está lo suficientemente madura como para garantizar la eficacia y la seguridad necesarias para proceder a ensayos sistémicos en humanos. Montoliu recuerda que, hace solo tres semanas, el oncólogo Matthew Porteus, de la Universidad de Stanford (EE UU), demostró que los sistemas CRISPR más utilizados en ratones podrían provocar una reacción alérgica en las personas. “Hay que desarrollar nuevos sistemas”, subraya Montoliu.

El joven Sammy Basso es el más optimista. “Esta investigación es absolutamente increíble para mí y para todas las personas con progeria. Cuando yo nací, nadie sabía nada sobre la enfermedad y no había científicos que la estudiaran”, explica. “Hace unos años, incluso hace unos días, nadie podría haberlo imaginado, pero ahora sí. Ahora podemos tener esperanza en llegar a una cura”.